
El latín parece una lengua lejana, algo del pasado, reservada para himnos, cantos o antiguos libros de oración. Sin embargo, al redescubrirlo y abrazarlo, descubrimos que orar en latín no se trata de ser anticuado. Se trata de adentrarse en una fe atemporal, universal y hermosa.
Un idioma universal de la Iglesia
El latín ha sido el idioma oficial de la Iglesia Católica durante siglos. No importa en qué parte del mundo te encuentres, ya sea en Roma, África, Filipinas o América, las oraciones en latín siguen siendo las mismas. Nos une como una sola familia de fe, uniendo nuestros corazones a través de culturas y generaciones.
Un sentido de sacralidad
El latín conlleva una cualidad sagrada. Cuando lo escuchamos en el canto gregoriano o lo susurramos en la oración, tiene una forma de alejarnos del ruido de la vida diaria y sumergirnos en la quietud de la presencia de Dios. La Iglesia lo ha llamado a menudo "lengua sagrada" precisamente porque está destinado al culto y la oración.
Un Arma de Gracia
Muchos santos y exorcistas han destacado el poder del latín en la oración. Existe la tradición de que cuando rezamos en latín, el diablo huye. Las antiguas oraciones reverentes llevan el peso de siglos de fe y devoción.
Lo Más Importante
Por supuesto, rezar en latín no es obligatorio. Dios escucha cada oración, sin importar el idioma. Pero cuando elegimos rezar en latín, unimos nuestras voces a las de los innumerables fieles que nos precedieron, haciendo eco de su devoción y fortaleciendo nuestro vínculo con la Iglesia universal.
Una Invitación
Si eres nuevo en el latín, comienza con algo sencillo. Prueba con el Ave María o el Padrenuestro. Deja que las palabras se te vayan familiarizando poco a poco. Con el tiempo, quizá descubras que el ritmo y el sonido de estas oraciones te llevan más profundamente a la meditación, la paz y el amor de Dios.
“Orad, orad mucho. Ofreced oraciones y sacrificios por los pecadores; porque muchas almas van al infierno porque no hay nadie que sacrifique y ore por ellas.” – Nuestra Señora de Fátima
El latín no se trata de distancia, sino de cercanía. Nos acerca al corazón de la Iglesia, a la comunión de los santos y, en última instancia, a Jesús, a través de María.
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